Por una noche, el Metropolitano dejó de ser un estadio y se transformó en un templo andaluz. El pasado 21 de junio más de 65.000 personas vivieron algo más que un concierto: presenciaron una experiencia irrepetible. Dellafuente, el Xino de Granada, se despidió de los escenarios —al menos por un tiempo— en una ceremonia musical que lo tuvo todo: fuego, agua, raíces, autotune y emoción a flor de piel.
Desde el primer segundo, el escenario dejó claro que no se trataba de un show cualquiera. Una estrella nazarí de ocho puntas, inspirada en la Alhambra, acogía al artista y su banda. El diseño, tan granadino como su acento, incluía fuentes, mosaicos y una escenografía envolvente que convertía cada canción en un acto casi litúrgico. Cuando sonaron los primeros acordes de “Bailaora”, el público ya estaba rendido.
Dellafuente recorrió más de una década de carrera en un viaje sonoro que saltó entre clásicos como “Dile”, “13/18”, “Otra noche en Granada” o “Al vacío”, y nuevas joyas de su último trabajo, Torii Yama. Pero no solo fue un repaso musical: fue un repaso vital. Cada tema se vivió como un recuerdo compartido, coreado por miles de gargantas que ondeaban bufandas del Dellafuente F.C. y banderas andaluzas como si estuvieran en una final. Y en cierto modo, lo estaban: la final de una era.
Uno de los momentos más potentes llegó con “Veneno”. Dellafuente la interpretó en versión acústica, acompañado únicamente por un piano. Silencio total. El espectáculo también fue un desfile de colaboraciones de alto voltaje. Amore con “Malicia”, Pepe y Vizio con “Flores” y “Flores pa tu pelo”, y un encendido Morad en “Manos Rotas” pusieron el listón aún más alto. El público cantaba cada verso como si fuese suyo, y quizá lo era.
Dellafuente habló poco, pero cuando lo hizo, dejó entrever lo que muchos ya intuían: se va, por ahora. Se toma un descanso, cierra un capítulo. Lo dijo sin decirlo, y lo cantó sin parar. Porque sus letras, como él mismo, no necesitan grandes discursos. Basta con estar presente y sentirlas.
El Metropolitano fue testigo de dos noches consecutivas de lleno absoluto, pero la del sábado fue especial. Una mezcla brutal de producción, emoción y cultura andaluza. Dellafuente no dio un concierto. Dio un ritual flamenco-urbano, una carta de amor a su gente. Y quienes estuvieron allí, lo saben: fue histórico.
Hasta luego, Xino. Te esperamos cuando vuelvas.
